A. B. Morteros

Diego Maggi: “Fuimos los escalones necesarios para que aparecieran los buenos”

Desde Mallorca, el pivote cuenta qué es de su vida y recuerda su etapa de jugador en los 80 y 90: el sello que dejó en la LNB, su paso por la Selección y la importancia de su camada para el surgimiento de la GD

“Imaginate que a nosotros nos preguntaran: ‘¿Soñás con ser NBA?’ Vos lo mirabas y contestabas: ‘¿Pero de qué me estás hablando?’ En cambio, los chicos de hoy en día piensan en la NBA como una posibilidad cercana, algo que para nosotros era increíble. Por eso, todo fue algo de año a año, etapa por etapa, realidad por realidad. Lo que décadas atrás parecía una locura, hoy es una certeza y no podemos juzgar lo que pasó en los 80 y 90 con los parámetros en los que vivimos hoy, ni en el básquet ni en ningún otro orden de la vida”.

El que analiza con lucidez y perspectiva es Diego Maggi, uno de los emblemas del básquet argentino durante al menos una década y media. Pivote de 2m06, multicampeón a nivel clubes y una pieza valiosa de la camada de Selección que antecedió a la Generación Dorada. Hoy, a los 57 años, reside en una finca de la isla de Mallorca y allí sigue dedicando gran parte de su tiempo al deporte que lo forjó. Desde allí, en una charla con Prensa CABB en la que dejó entrever la influencia española en su vocabulario con el ocasional uso de la expresión “¡joder!”, nos transporta hacia aquella época de gestación de nuestra querida Liga Nacional a través de sus recuerdos.

-Fuiste reclutado por León Najnudel para jugar en aquel inolvidable Ferro social, y con tanto éxito en tantos deportes. ¿Qué nos podés contar de aquella época?
-Yo vivía en San Pedro y fui al primer Argentino de Cadetes en 1979, formando parte de la selección de Provincia. León al combinado de Capital, además de la Primera de Ferro, porque él estaba muy metido en inferiores y le gustaba mucho el reclutamiento. Fue a verme jugar, más que nada por mi altura, y me llevó a Ferro. Ahí me encontré con Miguel Cortijo, Luis Oroño, Luis González, Vicente Pellegrino y Mario Scola (padre de Luis), entre otros. Yo tenía 15 años y ellos entre 20 y 23. Era un equipo muy joven, todos reclutados. Posteriormente, llegaron Javier Maretto, Seba Uranga, Gabriel Darrás, y así se formó el Ferro poderoso. Estábamos dentro de un club que, en ese momento, era el espejo del país, el más mirado, envidiado y copiado. En fútbol, con Carlos Griguol, se armó con bajo presupuesto un equipo que llegó a salir campeón. En vóley lo mismo, con Hugo Conte, Esteban Martínez y Waldo Kantor. En atletismo y el handball también. Todos los deportes de Ferro eran importantes. Yo me acuerdo que en 1983 viajé a mis primeros Panamericanos y era cómico porque en el avión de la delegación argentina eran todas caras conocidas, ya que en todos los deportes había jugadores del club. Ferro era una cosa seria en el deporte de nuestro país en los 80.

-¿Cómo fue jugar en ese Ferro tan poderoso y cómo recordás aquellos duelos épicos con Atenas?
-Así como nosotros fuimos construyendo esa realidad en Ferro, Atenas construyó la suya, porque era un equipo de chicos jóvenes, con algún veterano como Runcho Prato. Además de ambos ir creando nuestro camino, entre los dos clubes fuimos también creando una rivalidad que calaba hondo. Nosotros en Córdoba éramos odiados, y eso se hacía notar en cada cantito. Lo mismo pasaba en Buenos Aires. En Ferro estaba el odio a los Milanesio, especialmente a Mario. Pero claro, esto pasaba porque era el equipo que amenazaba con quitarnos lo que queríamos conseguir. El Etchart, el Corazón de María y luego el Cerutti, hervían. Explotaban de gente, cosa que yo recuerdo con mucho nervio, pero también con mucho cariño.

-Con 17 años, fuiste el tercer jugador más joven en debutar en la Selección Argentina. ¿Qué se sentía vestir esa camiseta a tan corta edad?
-Fue muy loco. De pronto, de estar jugando en los juveniles de Ferro, me encontraba viajando a Panamá y México con la Selección, y la verdad no lo podía creer. Fue un equipo que se armó con el remanente del seleccionado y un montón de chicos. La mayor parte de ese núcleo joven -Maretto, Marcelo Duffy, Daniel Aréjula, Jorge Faggiano- había obtenido el tercer puesto en el Mundial Juvenil de Brasil, y yo me sumaba con dos o tres años menos que ellos. Entonces, pasar de jugar en las inferiores de Ferro a calzarme la camiseta argentina fue muy raro para mí. Esto fue en el 81, en el 82 no hubo Selección, y en el 83 ya fui convocado directamente. A mí me llegó todo muy rápido. En ese momento no lo pensaba, pero para mi gusto fue demasiado rápido. Por ahí tendría que haber sufrido más para conseguir cosas. Pero bueno, así se dio en ese momento.

-En el Mundial 86 y 90 amagaron pero no concretaron, pese a que talento había. ¿Qué faltaba para dar ese salto de calidad?
-Para mí, sin dudas, lo que faltaba era competencia. Nosotros, en esa época, entrenábamos un poco en Argentina, jugábamos tres amistosos con equipos del Interior y salíamos para los torneos. Luego había dos partidos internacionales en los que te destrozaban, y al llegar a la competencia la íbamos piloteando, teniendo que acostumbrarte a otro ritmo de juego. Por eso siempre digo que nosotros fuimos escalones necesarios para que aparecieran ‘los buenos’. Nuestra Liga hizo que la base de jugadores se ampliara, porque se pudieron desarrollar en sus ciudades o cerca de ellas. Antes, si no te reclutaba un club de Buenos Aires, quedabas escondido. Pero cuando comienza La Liga, el que jugaba en Tucumán por ahí tenía un equipo de TNA cerca, al que jugaba en Corrientes tal vez le ocurría lo mismo, y el que jugaba en Córdoba tenía uno de Liga. Ni hablar de Bahía Blanca… Entonces, muchos más chicos empezaron a desarrollarse de otra manera, y si a esto le sumás el hecho de que, en los 90, muchos chicos de la Liga Nacional se pudieron ir a jugar a Europa y tener esa competencia que nosotros necesitábamos todos los fines de semana. Así pudieron desarrollarse de gran manera y mostraron todo lo que tenían para dar. Tal vez, sin llegar a lo que hizo la Generación Dorada, yo creo que en los Mundiales del 86 o del 90, habiendo tenido la competencia que tuvieron los chicos de Indianápolis o de Atenas, me animo a decir que nos metíamos en semifinales o entre los seis primeros. Pero no la teníamos y ahí quedamos. También, si vas más atrás, pensás que, si no nos hubiesen limpiado 37 jugadores en 1955, por ahí en los 80 hubiésemos sido mejores. Pero las cosas fueron pasando así, y uno debió acomodarse a lo que tuvo y a lo que podía ambicionar.

-¿Cómo recordás el título en los Panamericanos del 95? Tuvo un impacto popular y fue casi el único título de aquella camada.
-Sí, sacando algún Sudamericano, fue casi el único título. Pero fue, sin dudas, el más importante. Fue un campeonato raro porque Estados Unidos no trajo lo mejor y nosotros pudimos ganarles a Brasil, Puerto Rico y Uruguay. Se trató de un torneo reducido y lo aprovechamos para darle un buen espaldarazo al básquet argentino. Pero creo que hubo otros torneos, como el Mundial 86, donde en posiciones quedamos mucho más atrás pero el juego de equipo era todavía más potente. Los Panamericanos nos dieron algunas cosas interesantes, como el debut de Fabricio (Oberto) o la consolidación de otros como Espil, De La Fuente o Diego Osella. Pero, en mi visión, considero que hubo otros equipos más potentes.

-En aquel 95 disputaste tu último torneo con la Selección, pero no estuviste en el Preolímpico en el que se logró el pasaje a Atlanta.
-Sí, así fue. Después de los Panamericanos dije: ‘hasta acá llegué’. Es más, me parecía hasta táctico retirarme con un título. Pero mi participación en ese torneo fue algo rara, porque estuve en la primera convocatoria, me lesioné al segundo día y ya se veía que me iba a perder toda la preparación, así que quedé afuera y me volví a Mar del Plata. Y un día antes del torneo me llaman diciéndome que Hernán (Montenegro) no podía jugar y preguntándome si podía reemplazarlo. Yo estaba prácticamente convaleciente de la lesión que había tenido, recién volviendo a jugar, de pronto me sumaron y lo agradezco de todo corazón, lo disfruté como un nene. Entonces me llevé el título, pero no fui parte de todo el proceso.

-En 15 años como profesional, fuiste cinco veces campeón de Liga (tres con Ferro, uno con GEPU y otro con Peñarol) y en otras tres, subcampeón (Ferro, GEPU y Sport Club). ¿Por qué?
-Suerte. En ese momento, yo era un referente del juego interior. Entonces, un equipo que se quería armar fuerte contrataba un buen interior americano y me buscaba a mí. Pasó con Sport, con GEPU y con Peñarol. Pero yo iba a cualquiera de esos equipos no como la figura excluyente, sino como una seguridad para el juego interno. En Ferro ni hablar, el referente era Miguel (Cortijo). En Sport éramos todos parecidos, con Oroño (Luis), Mike Wilson y Clarence Hanley, y en GEPU se armó todo alrededor de Pichi Campana. Entonces, puede decirse que he sido un referente para el juego interior de los equipos que querían tener aspiraciones, pero nunca fui el jugador alrededor del cual se armaba el plantel, eso seguro que no. Siempre fui uno más. Además, después de ganar en Ferro y salir subcampeón en Sport, ya todos decían: ‘por lo menos, si no nos da juego, lo contratamos para que nos de suerte’ (ríe).

-¿Creés que de no haber sido por las lesiones, podrías haber tenido un techo más alto?
-Más que por las lesiones, diría por la lesión. Porque, a los 18 años, yo tuve una lesión muy grave en la que casi se me corta el tendón rotuliano. Me lo tuvieron que reconstruir y la rodilla nunca me quedó igual. Los que me han visto jugar, han visto que yo jugaba rengueando, corría rengueando todo el tiempo. Mi pierna izquierda nunca tuvo la potencia que debía tener. Si no fuera por esa lesión habría tenido las dos piernas en igualdad de condiciones en toda mi carrera, y habría sido otro jugador, muchísimo mejor. Pero bueno, repito, tuve lo que tuve y estoy súper agradecido de ello.

-¿Tuviste la posibilidad de jugar fuera del país?
-Sí. En el año 90 hubo un intento de abrir las fronteras italianas a los oriundos, como en alguna época fue Gurí Perazzo o Alberto Desimone, y fuimos varios a probarnos a Italia. Yo fui al Reggio Calabria, donde después fue Manu (Ginóbili), y en ese momento estaban como juveniles Hugo Sconochini y Jorge Rifatti. Fui a hacer una prueba de una semana y me volví a Argentina con el contrato en la mano. Comparado con lo que había en el país, ese contrato era la gloria. Y me acuerdo que después hubo un problema entre la Asociación de Jugadores de Italia y la Federación Italiana, y la frontera no se abrió. Así que al contrato lo hice un rollito y me lo guardé (ríe). Luego se dio en el 95 con la ‘Ley Bosman’, pero ahí ya no tuve mucha fuerza ni mucho interés en hacer nada. Ya era más grande y no era lo mismo que lo que pudo haber sido en el 90, a mis 26 o 27 años.

-Elegí tu quinteto ideal argentino de jugadores con quienes compartiste equipo.
-Miguel Cortijo, Pichi Campana, Esteban Camisassa, Sebastián Uranga y Hernán Montenegro.

-Mejor compañero y rival más difícil de enfrentar.
-El equipo rival y la cancha más difícil, sin dudas, fue siempre Atenas. También te puedo nombrar la cancha de Almagro de Esperanza, donde jugaban cuatro muchachos que estaban excedidos de peso, pero te ganaban igual porque era un cajón de manzanas donde no podías ni entrar. Si hablamos de un jugador en específico, Hernán (Montenegro), sin dudas. La verdad que defenderlo y ganarle a él era una cosa muy dura. Y como compañero me quedo con Carlitos Amos, quien te protegía la espalda como loco. Era un tipo con el que podías contar para lo que sea, dentro y fuera de la cancha. Un tipo de lujo.

-¿Por qué te fuiste a vivir a España?
-Por circunstancias familiares y de la vida. Yo había estado en Quilmes y luego me fui a San Luis para un proyecto que no cuajó. Ahí se me dio la posibilidad de venir a España por un año y la verdad me sentí muy cómodo, por lo que con mi familia decidimos quedarnos acá. Después estuvimos viviendo cuatro años en Inglaterra, otra gran experiencia en la trabajé como entrenador en algunos lugares, incluso para la Federación de allá. Fueron todas situaciones que, en menor o mayor medida, me apuntalaron para hacer lo que me gusta, que es entrenar divisiones inferiores, y es un lugar donde poco a poco me fui metiendo y me da mucha satisfacción. No te da ni la fama ni el dinero que te puede dar la primera división o los torneos de equipos de gran nivel, pero te da otras cosas.

-¿Cómo fue esa experiencia como DT en Inglaterra?
-La oportunidad de ir a Inglaterra se dio por mi mujer que es médica, y fuimos a probar algo diferente. Estuvimos los primeros ocho meses en Cumbria, donde empecé a dirigir, aunque es un lugar muy limitado en cuanto al básquet. Pero a partir de una oferta que tuve en Hampshire, a 60 kilómetros de Londres, nos mudamos con mi familia y trabajé en algunos clubes. Ellos al básquet de inferiores lo trabajan mucho a partir de lo que llaman “academia”, que son los secundarios. Trabajan con un sistema de estilo universitario de Estados Unidos, donde estudian y juegan al mismo tiempo y en el mismo colegio. Ahí sí me sentí más cómodo, trabajando con jóvenes desde 13 hasta 20 años.

-¿A qué te dedicas en la actualidad?
-Además de algunos emprendimientos que llevo desde mi casa, trabajo en un club de Mallorca. La isla es chica, tiene tan sólo 100 kilómetros, pero en cada categoría tenés alrededor de 45 equipos, porque el básquet aquí se vive a full. Incluso ahora, con contagios de Covid-19, seguimos trabajando. Mi función es sacar adelante casi toda la parte masculina del club de Andratx. Es el tercer año que estoy y el crecimiento se nota. Cuando vine había chicos y material, pero hoy también hay resultados, así que la verdad estoy muy contento.